TÚ Y YO
Llovía pero a mí eso me daba igual. Tenía que seguir corriendo, tenía que seguir luchando con mi vida.
El cielo oscuro y lleno de nubes nunca podía haber dicho algo más claro: Muerte.
Él me perseguía y yo estaba convencida que no saldría de aquel bosque viva. Tenía que haber hecho caso a Miriam y quedarme en casa leyendo. ¡Pero no! Mi estúpida cabeza tenía que haber mandado a mis estúpidas piernecitas que fueran al encuentro de Él. ¡Nunca podía haber cometido semejante estupidez!.
En el momento en el que el trueno ilumino mi camino, vi que él estaba delante de mí, me había alcanzado.
Me miraba con sus fríos ojos rojos, que en otro momento yo había creído azules preciosos, y sonreía. Siniestramente. He visto un montón de películas de miedo, pero ninguna sonrisa era así, y mucho menos real.
Yo lloraba amargamente, porque sabía que había llegado mi hora. Al menos en tiempo humano. Porque aquel vampiro me haría de los suyos.
Nunca tenía que haber confiado en él. Nunca.
Se acercó despacio hacia mí, sabiendo que yo quería correr para salir viva de esa, pero que algo no me dejaba moverme. Mi cuerpo estaba totalmente paralizado, y nada podía hacerlo moverlo en ese instante, hasta en el momento en el que él me tocó.
Pero ya era demasiado tarde. Se acercó a mi oreja y me susurró algo:
-Tú y yo. Juntos. Para siempre – Eso y un trueno fue lo último que oí antes de sentir un fuerte dolor en el cuello y que un gran agujero negro se me tragara.
***
Me desperté sobre algo duro y frío. Mi cuerpo tardó un poco en reaccionar, hasta saber que no estaba en un sueño. Me costó mucho recordar lo que había pasado antes de que hubiera perdido la conciencia, y deseé no haberlo recordado.
A mi mente vinieron aquellos recuerdos de cuando él me perseguía por el bosque. Los truenos y la lluvia intensa. El miedo que mi alma sentía cuando algo oscuro se apoderaba de ella.
Abrí los ojos y vi que no estaba totalmente oscuro. Una luz tenue iluminaba la habitación. No ví a nadie que esperara mi despertar, pero sentía que allí había ALGO.
Me incorporé, sintiendo mi cuerpo muy pesado como si de plomo se tratase, y fue un movimiento instintivo llevarme la mano al cuello.
Mis dedos tocaron dos pequeños agujeros en el cuello, que parecía como si acabasen de cicatrizar.
Yandriel lo había hecho. Me había convertido en una de los suyos. En contra de mi voluntad y ya de mi corazón.
Ahora ya no podía volver a casa, mis padres verían que me sigo quedando en los diecinueve años, que mi pelo negro nunca tendrá canas, ni que mis ojos verdes se apagarán algún día a los ochenta años.
Pero tampoco me puedo quedar aquí. A saber lo que Yandriel y los suyos me harían. Matarme, ya no, pero no me pienso unir a su grupo de vampiros malignos o lo que sean.
Me puse de pie a la velocidad del rayo e intenté abrir la puerta. Abierta. Típico de los vampiros, tantos conocimientos a lo largo de los siglos y no se acuerdan de cerrar una puerta.
Salí a un pasillo. Tenía una alfombra granate muy oscuro que ocupaba todo el suelo del pasillo. En un extremo se acababa el pasillo en una gran cristalera, y por el otro seguía continuando unas habitaciones más, hasta que por fin se bifurcaba en otro sentido.
Avancé hacia aquel lugar, no sin antes ir mirándome en la decoración de las paredes. Parecían de un palacio o de un hotel antiguo. En las paredes había un montón de marcos, pero sin su cuadro. La luz que iluminaba el pasillo era más fuerte que la de la habitación en la que me había despertado, pero no llegaba a alumbrar tanto como una bombilla, de esas tan baratas que venden en los chinos por menos de cinco euros.
Cuando llegué a la bifurcación, vi que una acababa en otro pasillo acotado por una gran cristalera, mientras que el otro seguía continuando y bifurcándose.
Seguí avanzando, pero todos los pasillos parecían iguales. El mismo modelo, el mismo sentido, el mismo número de habitaciones.
Me desesperé y me caí al suelo rendida. Nunca conseguiría salir de ese sitio. Nunca.
Lloraba amargamente mientras una parte de mi cerebro se convencía de que me tenía que quedar ahí, pero otra trabajaba a gran funcionamiento intentando buscar una vía de escape.
En ese momento tuve una iluminación. Si hubiera sido un personaje de dibujos animados se me abría encendido una bombilla encima de la cabeza.
La idea era tonta, pero había que probarla. Me acerqué a una de las cristaleras más próximas. Haber, no es lo que piensas, no me voy a tirar por la ventana. Por muy inmortal que sea sé que eso duele y no estoy tan loca. Mi idea era otra: Saber interpretar el paisaje desde ahí dentro y buscar otra parte de la casa. Seguramente en alguna de las habitaciones de ese gran sitio tenía que haber un acceso para salir y para entrar, pero no me podía poner a buscar por todas.
Cuando me acerqué al gran ventanal, ví que no era un ventanal. Sino una puerta de cristal. Aquello que yo había tomado por simple decoración era un pomo, y mi salida hacia la luz y la libertad.
Abrí la puerta. Esta también estaba abierta. Daba a una gran escalera que descendía. Solo pensé una sola cosa: Salida.
Bajé corriendo sin mirar alrededor. Estaba muy cerca de la salvación, en los términos en los que los podemos emplear.
Cuando bajé, me encontré con otro pasillo, pero mis ánimos no cambiaron. Porque este era diferente. Estaba todo totalmente hecho de cristales y al otro lado se podía apreciar el paisaje de un bosque. Eso significaba que estaba lejos de la civilización. Pero eso daba igual.
A través del cristal vi, que aquel pasadizo comunicaba con otro edificio, aún más grande. En el que tenía que haber una puerta MUY grande.
Cuando pasé a la siguiente estancia, advertí de que no estaba sola. Esta vez sí lo noté, y lo vi.
Ante mí se alzaba la sonrisa más siniestra que podía haber visto en mi vida.
Yandriel tenía los brazos cruzados y sus ojos rojos me miraban con intensidad. Iba todo vestido de negro, pero no llevaba ninguna capa como la noche anterior. Mejor, porque parecía el conde Drácula.
-Por fin te despertaste, querida Alazne. – Paró un momento esperando respuesta mía, que no llegaría nunca. Ahora lo único que pensaba era en salir de allí – Sé lo que estás pensando, nunca podrás salir de aquí sin que yo lo ordene. Nunca.
En ese momento sentí como si me hubieran dado un mazazo en la cabeza. Ya sabía donde estaba. En El Palacio de Hierro.
Bueno... ¿Qué os parece?
ResponderEliminarNatalia, me gusta muchisimooooo tu sentido del humor, de verdad que si - enhorabuena-
ResponderEliminarmi puntuación para este relato seria del 9- pues el diez ya lo anteriormente- suerte y besos