¡Oh Dios!, no, por favor, no... Dios, ¿porqué me has hecho sufrir?, ¿porqué no me dejas renunciar a este dolor?. Él me ha arrebatado a tantas personas a las que amo últimamente... Ellos no debían sufrir, y ahora, me he quedado sola, totalmente sola, ¡ni siquiera a dejado vivo a Renfield!. Ese hombre a causado tanto daño si quererlo... ¡oh Renfield!, ¿porqué le has dejado entrar?, ¿por qué, si al final te ha matado?. He quedado sola en este lugar, este edificio en el que ayer apenas se oían risas, gritos, pasos, en el que se oía, se sentía la vida, ahora ya no había nada, nada mas que yo. ¿Y que era yo?, ¿una maldita?. Estaba maldita, esa era la verdad, nunca podría vivir en paz y cuando me llegara la hora de morir. Igual sería una maldita, solo que peor, como él ya lo había dicho, puedo aún recordar sus palabras... ¡Dios, nunca podre olvidarlas...!.
-Este dialogo ha sido extraido del libro Drácula de Bram Stoker-
Con una sonrisa burlona, me puso una mano en el hombro y sujetándome con fuerza, me desnudó el cuello diciendo:
"Primero, un pequeño refrigerio para compensar mis esfuerzos. Será mejor que estés quieta; ¡no es la primera vez, ni la segunda que tus venas me aplacan la sed!".
Yo estaba aturdida y, cosa extraña, no tenía deseos de eludirlo. Supongo que ese sentimiento forma parte de la horrible maldición cuando la victima ha sufrido su contacto. Y, ¡oh, Dios mío!, aplicó sus labios repugnantes en mi cuello.
Sentí que las fuerzas me abandonaban y que estaba a punto de desmayarme. No sé cuanto tiempo duró esta situación, pero me pareció que transcurría mucho tiempo, hasta que apartó su sucia y espantosa boca. ¡Vi que la tenía goteante de sangre fresca!.
Luego me dijo en tono de burla:
"Con que tú también conspiras contra mí, como los demás... ¡Ayudas a esos hombres a perseguirme y frustrar mis planes!. Ahora me conoces, y ellos me conocen en parte, también, pero dentro de poco sabrán lo que significa cruzarse en mi camino. Deberían guardar sus energías para defender su casa. Porque mientras ellos conspiran contra mi, contra mi que he gobernado naciones y he intrigado y luchado por ellas siglos antes de que ellos viniesen al mundo, yo les contraataco en secreto. Y tú, el ser mas querido de todos ellos, eres ahora carne de mi carne, sangre de mi sangre, familia de mi familia y generosa prensa de vino por un tiempo; y más tarde serás mi auxiliar y mi compañera. Pero debes ser castigada por lo que has hecho. Has contribuido a desbaratar mis proyectos; ahora obedecerás a mis llamadas. Cuando mi pensamiento te diga: ¡Ven!, cruzarás las tierras y los mares para acudir a mi mandato; ¡Para lo cual, termina esto!".
Se abrió la camisa y con sus uñas largas y afiladas se rasgo una vena del pecho. Cuando empezó a brotar la sangre, me cogió las dos manos con una de las suyas, sujetándome fuertemente, y con la otra me tomó del cuello y me apretó la boca contra su herida, de forma que, o me ahogaba, o tragaba su... ¡Oh, Dios mío, Dios mío!. ¿Qué he hecho yo?, ¿qué he hecho yo para merecer este destino, cuando toda mi vida he tratado de caminar con mansedumbre y rectitud?. ¡Dios mío, apiádate de mí!, ¡,ira a esta pobre alma en peligro más que mortal y en tu misericordia!.
-Aquí acaba la intervención del libro-
Después de esa noche, noche en que se dictó mi sentencia a muerte, todos siguieron trabajando, buscando pistas del Conde. No les comenté nada de lo que me había dicho, me temo que ese fue mi mas grande error, el mayor de mi existencia.
Yo, Isabella Harker, había cometido el peor error sin hacer nada, al solo quedarme callada.
Esa noche, los hombres habían llegado muy animados, Jonathan vino hacía mi y lo último que recuerdo de él fueron esas palabras.
-Esposa mía, lo hemos encontrado, sabemos donde se esconde. Y por fin seremos libres, y todos aquellos a los que haya mordido -esas palabras me hicieron infinitamente feliz, creí que sería libre, que no me haría una maldita al morir.
Lo siguiente a esas palabras fueron gritos de los locos por todo el manicomio, luego se les unieron los guardias y al final los hombres que me rodeaban. Todos en el edificio gritaban menos yo, estaba aterrada, lo siguiente que recuerdo fueron estallidos de vidrio y luego silencio, silencio y obscuridad, absolutos.
Al despertar estaba en mi habitación, sola, no se oía nada, ni a nadie, Jonathan no estaba conmigo, a mi lado solo había vidrios, en la cama y en el suelo solo vidrios. Me paré y me coloqué mis zapatillas para bajar. Seguramente los hombres se habrían ido a matarlo, pero tenía mucha hambre y lo ocurrido antes de desmayarme no estaba muy claro en mi memoria, aún.
Al salir de la habitación que el Doctor Seward nos había facilitado para nuestra estancia en ese lugar, comprobé que no había nadie en el camino hasta la cocina. Solo habían vidrios rotos, por todos lados, procedentes de las ventanas, de las lámparas, de los portarretratos... Los cuales ni siquiera había notado estaban ahí.
Al llegar a la cocina, que también estaba vacía y llena de vidrios, solo pude tomar un pan. Me moría de sed, pero no había agua potable, solamente vidrios que antes fueron botellas con agua.
Decidí ir al salón donde me había desmayado la noche anterior, tenia que matar el tiempo hasta la llegada de los hombres y ahí había dejado algunos libros, quería terminar de leerlos.
Al entrar me quedé pasmada, quería avanzar y comprobar que no estaba alucinando, que lo que veía era cierto, pero mis piernas no me obedecían. Logré avanzar hasta estar a su lado y al ver su cara de sufrimiento, no pude más, me desmoroné junto a él. Mis piernas fallaron y caí de rodillas; traté de calmarme y que pararan los sollozos, pero simplemente no podía, era demasiado dolor ver a Jonathan ahí, muerto.
Junto al suyo estaban los cadáveres de los demás; Van Helsing, el Dr. Seward, Lord Godalming y Quincey. Todos tenían las manos en los oídos y una expresión de terror en el rostro. No sé cuanto tiempo estuve ahí, junto a ellos, pero solo me levanté cuando llamaron a la puerta.
Al salir había un hombre con un telegrama:
“Señores Harker, se les necesita en Exeter. Urgente, problemas.”
¡Oh Dios!, para colmo esto…
En los días que vinieron arreglé los papeles de todos los que habían muerto en ese edificio. Organicé el funeral de mi esposo y los demás hombres, no es que fueran muchos, pero quería despedirme como era debido.
Regresé a Exeter, había problemas en la empresa de Jonathan, bueno lo que antes de su muerte eran problemas. Un hombre llamado Edward Cullen quería comprarla.
Los empleados, al llegar me dieron sus condolencias por la muerte de mi marido. No podía dejar a esta gente que nos había acompañado y apoyado en las manos de un extraño que no sabía que les haría. Pero tampoco podía dejarlos solos cuando el Conde me llamara y… y… y yo acudiera. Así que, debía encontrar a un heredero, el tal Edward se veía muy amable, decidí conocerlo y empezar a meditar quien heredaría la empresa en caso de que yo desapareciera o muriera.
Hoy, dos años después de la muerte de Jonathan, yo estaba a minutos de morir. Edward estaba a mi lado, me había demostrado que era digno de confianza. Éramos amigos, realmente lo amaba, lo sentía por mi difunto esposo, pero él ya lo sabía, se lo había dicho en unas de las ocasiones en las que había ido a su tumba. Para mi mala suerte, yo ya estaba destinada a alguien.
-Bella -me dijo Edward con el miedo en su voz. ¿A que le temía?.
-Dime.
-Yo creí que tendría tiempo de decirte esto de otra manera, pero ya no hay.
-Solo dilo -interrumpí.
-Bueno, yo sé que esto es prohibido por tu difunto marido -vaciló.
-Edward, por favor, apresúrate -sentía la hora cada vez mas cerca, ya solo quedan unos segundos.
-De acuerdo, Bella -me tomó con sus manos el rostro-. Te amo -y me beso, así morí, en sus brazos, con sus labios sobre los míos.
***
No sé cuánto tiempo a pasado, pero sentía su llamado.
Al salir de la tumba estaba Edward, me hubiera pasmado pero debía irme. Primero no debía estar con él, ya que existía lo posibilidad de morderlo y segunda, él llamado se hacía mas fuerte. Comencé a correr a todo lo que daban mis piernas y eso era mucho, no sé como pero me alcanzó y me tomó del brazo, jalándome hacía el.
-¿Bella?.
-No -le dije tratando de soltarme, su agarre era demasiado fuerte, incluso para mi. Sabía de mis capacidades, busqué en varios mitos y muchas historias de vampiros decían que éramos fuertes, rápidos, ágiles, etc.
-Ja, ja, ja -me contestó en tono sarcástico-. ¿A dónde ibas?.
-No te importa -debía irme, lo sentía cerca. El Conde sentía que seguía “viva”, si no iba a él, vendría por mi y no lo quería cerca de Edward.
-Sabes bien que si me importa -¿como debatir eso?, yo sentía lo mismo por él. ¿Acaso debía mentirle al hombre que amaba?.
-Edward, suéltame, debo irme.
-No morirás por no beber sangre una noche -Volteé a mirarlo tras esa afirmación.
-¿Qué? ¿Como… lo… sabes? -tartamudeé.
-Soy lo que tú eres ahora.
-Pero, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿quién? -tenía demasiadas dudas.
-Es una larga historia, ¿qué te parece si vamos a caminar y te cuento? -y lo sentí mas cerca, recordé la razón por la que había salido.
-No, lo lamento -me dolía negarme y aún más ver su rostro lleno de dolor-. No puedo, de verdad, debo irme.
-Pero… -se calló de pronto, mirando un punto detrás de mi; sabía a quien miraba.
Lo sentí gruñir detrás de mí.
-Isabella -me advirtió.
-Lo lamento Edward, adiós -le di la espalda y comencé a caminar hacia el Conde.
-¡No!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario